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sábado, 13 de enero de 2007

Ella

Después de una semana complicada, con cuestiones de salud, de familia de trabajo y todo lo demás, habrá que ponerse al día con los temas, y con todo lo demás.

Ella

Ella existió y tan solo la ví, cuando apenas contaba en mi vivir con 13 años, jamás me habló, no supe su nombre ni ella el mío, pero en un instante aprendí de ella algo muy valioso que sin querer olvidé y hasta el día de hoy recordé...

Esa tarde, después de un mal día, el universo se recompuso en unos cuantos minutos, ya el sol se retiraba a dormir y vestía de oro la arena de Sipolite, las olas seguían llegando tranquilas a la playa y entre risas llegó hasta la orilla con un gran balde de metal lleno de jabón y un alambre que sumergió una y otra vez en su balde, hasta que lo consiguió... de repente, brotaron, comenzaron a nacer de su alambre burbujas enormes multicolores a la orilla del mar.

Ella reía sin parar mientras corría chapoteando en la espuma del fin del mar, para alimentar de aire a la siguiente esfera de ilusión que reflejaba los visos rosas y violáceos del cielo. Se detenía y la veía volar o sucumbir en el agua de mar y nada parecía importarle, regresaba corriendo hasta la cubeta oxidada y convidaba de sus risas a todos, así como de sus burbujas, sin tener cuidado por si se reían de ella o con ella.

Con un novio saxofonista que en ese instante decidió unírsele al festín de risas.

En ese momento yo sólo quería ver salir las estrellas, desde la primera, que ya había surgido en el gris violeta del cielo, hasta la última que decidiera asomarse en el firmamento, mientras permanecía sentada con las rodillas dobladas y la espalda bastante quemada por el sol.

Mientras oía una hermosa sinfonía de olas de mar con un saxofón de fondo, alguien prendía una fogata a unos metros...

Repentinamente tuve que interrumpir la lluvia de estrellas en mis pupilas, por la voz de mi padre que nos decía a mi hermano y a mí que ya nos íbamos, nada hicieron las peticiones por quedarnos, de todos modos partiríamos en ese momento.

Recogía mis cosas de muy mala gana, cuando ella y yo nos sonreímos en la distancia, con cierta complicidad; así supe que en su pasado también hubo lugares en donde ella quiso estar y no se lo permitieron, al mismo tiempo que ella supo que en el futuro yo tendría tardes de risas sin que nadie me dijera qué hacer o donde estar.

En ese segundo aprendí el secreto de las tardes libres perfectas... vivirlas sin prisa.

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