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domingo, 19 de agosto de 2007

Huracanes

La calma antes de la tormenta...

Hace dos años entró el Huracán Emily a la península de Yucatán. Afortunadamente su intensidad disminuyó al tocar tierra y no hubo efectos tan devastadores como los que se esperaban, pero la impresión que me quedó más grabada, de esa ocasión, fue la irrealidad dentro de la realidad que se vive apenas unas horas antes de que llegue el Huracán.

Recuerdo que Emily entraría en la noche y ese atardecer, fue hermoso... uno de los más impresionantes que haya visto en toda mi vida y como en ese entonces vivía frente aun parque, la vista fue panorámica, con nubes violáceas, malva y rosadas, salpicando todo el cielo.

El calor era un poco más intenso, pero no se sentía el bochorno que en otras tardes y todo parecía estar en su sitio, pero algo desencajaba hasta el alma misma del cuerpo, de una mala manera... no había aire, no había viento, todo estaba como suspendido en el tiempo, envuelto por un presentimiento mortecino que todo lo alcanza, que había silenciado a los pájaros y hasta los mismos insectos, ni una abeja, ni una chicharra en la hierba crecida o grillo.

Sólo se oía desde mi ventana, a unos adolescentes que jugaban a lo lejos en el parque, pero al mismo tiempo se escuchaban relativamente cerca, muy cerca, como si te estuvieran hablando a través de un tubo. Un gran tubo lleno de silencio.

Esa tranquilidad no es natural, ese silencio advierte a gritos, mientras la incertidumbre te sobresalta el corazón, como al cervatillo que presiente el peligro y aún no ha visto quién le acecha, es un eco muy profundo del lado animal que nos queda, ante la inequívoca señal de que algo anda mal, y está a punto de ponerse peor.

Esa es la calma que precede la tormenta...

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