Translate/Traductor

miércoles, 14 de febrero de 2007

Nubes

(Con cariño para mi amigo, Juan Pablo Roa, un hombre como pocos he conocido en mi vida... de inteligencia excepcional y demasiada juventud en el corazón.)

Mayor tortura que la de no tener una cámara en la mano es la de sostenerla entre tus dedos y no poseer en ese momento unas pilas que la hagan funcionar... así transcurrió mi último viaje en avión, durante el que la vida me regaló un paisaje sin igual, que guardo nítido en la memoria, pero que corre el peligro nefasto de desdibujarse al paso de los años de mi ser.

Las nubes siempre me han hechizado, por su naturaleza transitoria y cambiante en esta vida, me gusta compararlas con las personas, me llenan de fascinación.

He invertido más tiempo en verlas desaparecer tras un atardecer en aras de la oscuridad para dar paso a las estrellas, que en tantas otras cosas que sé que deben hacerse en la vida.

Así que como siempre lo hago, sentada a un lado de la ventanilla, permanecí todo el tiempo absorta durante el vuelo, casi sin parpadear, engolosinada con lo que a la vista llegaba a través del pequeño vidrio de un costado de ese avión.

El despegue apresurado en una tarde nublada desde la Habana dio paso a las maniobras intrépidas del piloto en una vuelta que por momentos se antojaba espeluznante, con la vista de las casitas que parecían cada vez más pequeñas y los espacios verdes que abundan allá entre una construcción y otra, el avión parecía llegar casi a la posición vertical hacia uno de sus costados.

Cuando el aparato recuperó el equilibrio del horizonte, los pasajeros al mismo tiempo recuperamos el aliento y el silencio roto por el estruendo de los motores, abandonó ese sabor a desagrado que los presentes le adjudicamos en común.

Las nubes en ese momento eran una neblina ligera rota por las alas del avión, que al ir ascendiendo se volvieron más densas y en el siguiente instante todo lo envolvían. Ya nada del paisaje terrestre se vislumbraba, sólo se percibía esa sensación de ilusión de estar perdidos en una realidad aparte de color blanquecino, ahora agradable. A pesar de que el ruido de los motores esforzándose permanecía, regresándonos a la realidad.

Ese era el cielo de Cuba, tremendamente nublado de aquel día, profanado así, por un vuelo internacional.

Poco a poco, las nubes volvieron a asomar formas, curvas y sombras que irremediablemente se dejaban atrás en un suspiro.

Se separaban cada vez más, hasta que se pudieron apreciar capas de ellas, como pisos distintos de un edificio celestial en el que sin permiso se sube... hasta llegar a los 10 mil metros, anunciados solemnemente por el piloto; con la maravillosa visión del azul infinito por encima de nuestras cabezas, y por debajo de ellas, una alfombra mullida irreal de nubes con texturas visibles, que se antojaban diferentes por las formas adquiridas.

Era un piso de ensueño que llegaba hasta donde alcanzaba la vista, coronado por un azul intenso, puro y sin nada más en él, que azul.

El paisaje duplicó y luego triplicó su hermosura cuando los rayos del sol asomaron por encima de las nubes, regalándonos los primeros rayos del atardecer, por encima de lo que los demás mortales podrían ver, con colores malva, amarillos y violáceos, besados por las sombras de las nubes más altas.

Pero todos los sueños llegan a su fin y al avanzar en la distancia, las nubes se fueron haciendo menos, comenzaron a escasear, como a fugarse de la vista, hasta que sólo quedaron unas cuantas pequeñas flotando en el cielo.

Sin embargo, si un sueño se pierde... siempre llega otro mejor.

Cuando ese pequeño universo que existía a través de la ventanilla se aclaró, abajo de nosotros estaba el principio y el fin; el extremo de la isla de Cuba, con la linda y perenne dualidad que existe en todas las cosas de la vida. Acaso el fin de la isla y el principio del mar, o el inicio de la isla y el final del mar... Simplemente era bonito a pesar de la altura, alcanzar a ver los hilos blancos de las olas del mar sucederse por toda la orilla.

Después, pude ver nuevamente una de las ilusiones que más me gusta de volar; cuando el cielo parece el mar y el mar, parece el cielo, es un cosmos cobalto salpicado de nubes, que cuando no alcanzan a reflejar sombras claras, puedes invertir mentalmente la imagen, y disfrutarla igual.

Ahora las nubes interrumpieron esa imagen, hasta que volvieron a sobre poblar el cielo y se acentuó la impresión, donde por debajo estaba un cielo nublado y arriba un azul que bien podía igualar al del mar caribe.

Eran los últimos rayos del atardecer y el avión comenzó su descenso. Aún así, alcanzamos a ver Cancún... impresionante como siempre, con sus hoteles multiformes, vastos y grandiosos. Me invadía la curiosidad por ver si el último huracán efectivamente se había robado la arena de las playas, pero sin duda, por donde sobrevolamos, no fue así; era la última orilla a un costado de la ciénaga, se veían las playas amplias y de poca profundidad, con la claridad que le caracteriza y la tranquilidad que se antoja sempiterna en Cancún.

Del lado de la ciénaga, la playa virgen nos regaló aún visos turquesa y jade en el mar en medio de los agonizantes rayos del atardecer. Supongo que en el día pueden ser cien veces más hermosos.

Y después de vivir ese instante de claridad, nos hundimos en una espesura que absorbía los últimos rayos de sol, en cuestión de minutos, parecía que hubiésemos entrado a otra dimensión. Acentuada nuevamente por las piruetas escalofriantes del piloto.

Al llegar al aeropuerto, nada quedaba de ese cielo maravilloso, sólo las nubes cerradas que el dios Chaac nos mandó para envolvernos con una lluvia fuerte y pertinaz, que nos hizo esperar un rato en el avión, antes de bajar para el papeleo correspondiente y nos re bautizó, mojándonos a pesar de los paraguas, para recordarnos nuestra condición de mortales, con pies que tienden a estar firmes en tierra, gracias a la fuerza de gravedad... hasta el siguiente momento mágico, en que podamos ver las nubes de cerca, otra vez.

No hay comentarios: