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martes, 19 de junio de 2007

Mitología



Hay muchas versiones al respecto, algunas de ellas se pueden encontrar en internet...sin embargo, hoy les comparto la versión que me llegó a mí, por tradición oral de un guía en Teotihuacán, hace ya más de 20 años.



El nacimiento del sol y la luna.


Hace mucho tiempo, antes de que hubiera día, todo estaba en tinieblas y los dioses se reunieron, porque había que alumbrar y diferenciar el día de la noche.

Fue entonces que los dioses se juntaron Teotihuacán, alrededor de una hoguera para crear el sol... uno de los dioses debería arrojarse al fuego en una ceremonia y él sería entonces el sol que alumbrara al mundo.

Un dios hermoso, fuerte y arrogante, llamado Tecuciztecatl dijo “yo seré quien me convierta en sol y alumbraré a la tierra y todos verán mi esplendor”. Sin embargo, al llegar el momento de saltar al fuego, no tuvo el valor y aún estando todo listo, no lograba entrar en la hoguera.

Así sucedieron cuatro intentos y como él no se arrojaba, preguntaron quién podría sacrificarse a sí mismo para dar luz al mundo.

De entre todos, sólo Nanahuatzin, un dios deforme, feo, con una joroba y pústulas en todo el cuerpo, dijo... “Yo lo haré”.

Los demás dioses volvieron a preparar la ceremonia y Nanahuatzin, sin dudarlo... sólo cerró los ojos y se arrojó.

A los pocos instantes salió el sol por el este... brillante y hermoso, alumbrándolo todo.

El otro dios, celoso de que Nanahuatzin se hubiera arrojado al fuego con tanto valor y al ver lo hermoso que era, se lanzó también al fuego.

Fue entonces que hubo dos soles que alumbraban el mundo y salieron por el este en el mismo orden en que se habían sacrificado. Primero Nanahuatzin, y después el otro.

Los dioses se reunieron a tomar una decisión, porque no podía haber dos soles, ya que eran tan radiantes, que nada se podía ver.

Después de deliberar... uno de ellos cogió a un conejo por las patas y se lo arrojó en el rostro a Tecuciztecatl, para castigar su arrogancia, ya que al sacrificarse sólo por vanidad y orgullo, no era justo que fuese sol. Y no podría estar en el mismo espacio que Nanahuatzin.

Tecuciztecatl perdió brillo y quedo convertido en luna. Y es por esto que se cuenta, que en las noches de luna llena, podemos ver el conejo que le fue arrojado a Tecuciztecatl, mientras que Nanahuatzin, quien se sacrificó valientemente, nos alumbra radiante hasta nuestros días.

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