Del azul sereno
de mi Mérida linda,
se adivinan las estrellas,
mientras el sol dibuja
leves pinceladas
malva y violeta
en las nubes pasajeras.
Se quiebran los rayos,
se despiden sutiles
en el silencio roto
por mil pájaros,
mientras la luna
en vilo menguante
corona el firmamento.
Sucumben los trinos,
y entre el silencio
que asoma ese instante,
la lluvia de oro
arrulla los sentidos,
mecida por el viento.
Llueven las estrellas,
adornan el cielo.
Y así se suceden,
regalos invaluables
entre ordinarios quehaceres;
momentos memorables
de maravilla cotidiana,
en cada atardecer.
1 comentario:
Hablas de la Mérida de tu país, yo imagino la Mérida del mío....
Que bello un atardecer...o un anocher. Besitos!
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