Doblada y bien sostenida entre guantes blancos, era llevada una vez más por el trayecto que durante algunos lustros le ocupó.
La banda de guerra, tocaba entonces las dianas correspondientes a los honores a la bandera. Con sus potentes trompetas y los tambores, que de algún modo en la memoria me recuerdan a los dolientes de las procesiones de semana santa, todos permanecíamos de pie y saludando. Con la mano en el corazón.
No hacía tanto viento; uno hubiese deseado un viento espectacular que la mostrara aún mejor. Sin embargo, mientras era izada, yo me preguntaba cuantas personas le habían mirado en sus más de 25 años de uso.
Apenas un ligero viento nos enseñó su rostro, que tenía bien marcado cada doblez y lo amarillo de lo que alguna vez fue blanco como las nubes del cielo de mi patria.
Sólo los tambores se seguían escuchando para acompasar el descenso y nuevamente el doblez.
Cuando le acomodaron en el pebetero y prendieron fuego. Las trompetas de la banda de guerra entonaron una melodía, que de algún modo, se sentía triste.
Ardía de lleno, cuando la instrucción de quien presidía la ceremonia fue de descanso. Quitar la diestra del pecho y mostrar amor de viva voz a nuestro símbolo patrio. Entonamos el himno nacional, en tanto disminuía le fuego.
En México, nuestra bandera nos representa, es el recuerdo de nuestra historia y sigue siendo esperanza de los valores de nuestra nación.
Sabíamos todos que sus cenizas serían enterradas, honradas de la misma manera que a un difunto.
La banda de guerra regaló a los asistentes unos últimos acordes para acompañar la salida de la escolta, mientras todos permanecíamos en silencio.
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Por la mañana asistí a una ceremonia de quema de la bandera. En México, cuando una bandera se "jubila" por el paso del tiempo, para ceder su lugar auna nueva, se realiza esta ceremonia.
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