Translate/Traductor

domingo, 2 de marzo de 2008

Héroes

En esos momentos, el cadete, de apenas 18 años cerró las puertas del salón, ya no había nadie más allí, no había a quién llamar y sabía que se acercaban irremediablemente…

El invasor llegaría en cualquier momento, pero en esa habitación estaba todo lo bueno que enarbolaba su escuela, los galardones, las insignias, el valor de sus compañeros, de quienes antes habían pisado esa escuela. Pensó que resistiría tras la puerta, para que no pudieran derribarla… lo que fuera necesario, si después venían los golpes, si acaso le fusilaban, no importaba, aunque fuera a golpe limpio, con sus puños, con uñas y dientes, si fuera necesario defendería ese cuarto, donde también se alzaba uno de los primeros estandartes de nuestra nación.

Un golpe seco, y dos, y tres más

-Open the door!

… oía su misma respiración y se retumbaba a sí mismo contra la puerta, resistiendo para que la trabe no cediera, mientras veía la otra entrada del salón, pensando que no tenía modo de defender aquella puerta al mismo tiempo.

Bam, Bam…

Los golpes secos

Era él solo quien defendería aquel pequeño santuario de su escuela, como si fuese su nación entera… no dejaría pasar al invasor.

- ¡No van a entrar!, se los juro que no los voy a dejar entrar.

Pero muchos dolores intensos partieron sus palabras en dos, junto con la trabe… junto con su corazón. Dos balas y bayonetas estadounidenses prensaban una vida que apenas iba a comenzar, repetidas veces contra la puerta.

Manchando con sangre inocente el suelo de aquel salón de condecoraciones. Aún así, luchó cuerpo a cuerpo lo que pudo...

Sin embargo, eso no duraría mucho; y nada les importó al pasar, oír sus respiros sesgados en el suelo de la habitación, igual profanaron con sus pasos aquel recinto, como lo hicieron con nuestra patria y siguieron hacia el siguiente salón.

Mientras tanto, a varios kilómetros de ahí, en la plaza de San Jacinto un hombre compartía el dolor de Agustín y su destino, bajo diferentes circunstancias.

Ya le habían azotado, como acostumbraban hacerlo los estadounidenses que mentirosamente se autodenominaban nativos, con los esclavos.

La piel del rostro le quemaba, por dentro, era como si su ojo estuviera cerca de las brasas, todavía los vapores enardecidos le alcanzaban la mirada, pero ya no estaba ahí el hierro candente con el que le habían marcado el rostro con una D de desertor… con una D que era una mentira infame… una de tantas fechorías de los cientos de criminales y malhechores que se enviaron a México para su invasión… era el calor de la piel el que seguía ardiendo en el interior y apenas le permitía abrir su ojo.

Ya en el patíbulo, con la soga al cuello, esperaban los estadounidenses la funesta señal para que los carros jalados por caballos dieran fin a esta historia.

El perro asqueroso de Scott, había dado la orden de poner a los presos mirando hacia el Castillo de Chapultepec, y que fueran ejecutados en cuanto se izara la bandera estadounidense, para que fuera lo último que ellos vieran.

El lacayo inmisericorde… esperaba la señal.

Y mientras… John, uno de los miembros del Batallón de San Patricio, pensaba en la risa de su esposa, cuando por las tardes lo recibía con aquel vestido amarillo y su pequeño delantal. Sabía que no la volvería a ver, pero con un respiro fuerte él desvanecía cualquier asomo de llanto.

Un hombre a veces tiene que hacer, lo que tiene que hacer y ellos de ningún modo se convertirían en violadores de mujeres, ni participarían en la quema de iglesias, no matarían a inocentes, no serían partícipes de matanzas cruentas, para hacer de su nueva patria, Texas, un mercado mayor de esclavos. Todos habían llegado a ese momento por convicción propia.

No había lugar para los arrepentimientos. En realidad no se arrepentía de nada. Sabía que había hecho lo correcto.

Oía algunos gemidos entre sus amigos que esperaban la muerte junto con él. Ocasionalmente les daban un latigazo o un golpe como escarmiento, y era como si sintiera el dolor de sus compañeros en carne propia. Sin embargo, cuando al él le alcanzó el látigo, el ardor caliente y frío del dolor intenso en su espalda y brazo, fueron una risa burlona en su interior… de seguro por aquellos cañones estadounidenses que les quitaron al norte del país.

Hacía unos instantes que no ondeaba la bandera mexicana, pero él había tenido el cuidado de observarla a detalle, era como si la siguiese imaginando, apagada sin viento, ondeando repentina en la cima de Chapultepec.

Cuando se izó el oprobio en el castillo, los caballos corrieron azuzados por los gritos y en los primeros instantes, John trató de alzar su cuerpo de cualquier manera y mirar a su verdugo, pero un golpe con un rifle le alzó el rostro con la indicación de que hacia allá debería mirar… sin embargo él seguía viendo la imagen de su esposa, la de las familias que ellos salvaron del horror de Scott y trató de pensar en San Patricio, a quien rezó en silencio momentos antes, mientras esperaba.

La viga era fuerte, pero ellos también, y aunque no podía cerrar sus ojos, aunque el momento fue lento, imaginaba… a pesar del dolor, veía con sus ojos de libertad, a la bandera mexicana como la recordaba… porque así sería. Si ese día no era así; él creyó que había un Dios, y que habría justicia y que si no era hoy, mañana ondearía nuevamente esa bandera que defendieron.

Él y los otros, sufrieron largo rato en su agonía, parecía también que hasta a la muerte le hubiera costado llevárselos; tal vez porque no quería, o porque fueron guerreros hasta el final.

Hoy, sus restos descansan en Tlacopac y su memoria en nuestros corazones…

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

A nuestros héroes que no nacieron bajo el sol azteca.

Les recordamos y agradecemos, haber dado su valor y su entrega, la única posesión verdadera en este mundo, sus propias vidas.

Al batallón de San Patricio… hombres verdaderos, hermanos de México, hijos amados de mi patria; algunos de ellos cayeron aquel 13 septiembre de 1847. Sin embargo, no necesitamos llegar a esa fecha en el calendario para pensar en ellos. Las generaciones presentes y las venideras los recordaremos:

Capitán John O'Reilly, Thomas Riley, James Mills, Lawrence McKay, Francis O'Connor, Peter Neil, Kerr Delaney, Patrick Antison, Harrison Kenny, Roger Hogan,John Sheehan, John A. Myers, Richard Parker, Lemuel Wheaton, Samuel H Thomas, David McElroy, Parian Fritz, John Bowers, M. T. Frantius, Henry Mewer, Henry Octker, Henry Whistler, Wil/iam H. Keeck, Edward McHerron , Andrew Nolan, Patrick Dalton, John Cuttle, John Price, Wil/iam Oathouse, Wlliam A. Wallace, Elizier S. Lusk, Herman Schmidt, Martin Miles, Abraham Fitzpatrick, John Murphy, Lewis Preifer, John Benedick, John Rose, Lachlar McLanchlen, Patrick Casey, John Brooke, Roger Duhan, James Speers, Martin Lydon, Dennis Conahan, Auguste Morartaft, James McDowell, Gibson McDowell, Hugh McClelland, John McDonald, John Cavanaugh, Thomas Casidy, John Daly, James Kelly, John Littie, Henry Logenhame, Henry Venator, Francis Rhode, John Klager, Alfred K. Fogal, George Jackson, William O'Connor, Richard Hanly, John Appleby, George Dalwig, Berney Hart, Thomas Millet, Hezekiah Akles, John Bartely, Alexander McKee, F.W. Garretson.

Y a aquellos, cuyos nombres desconocemos, que también dejaron las filas estadounidenses para defender esta patria.

Héroes, héroes, héroes… cien veces héroes. Que quede en la memoria del mundo entero.